La ciudad supo que me enamoré

Llegaste en octubre, no en un octubre tibio, romántico o casual… Llegaste en medio del caos, cuando te vi, pensé que eras un niño, digo eras, porque hoy te reconozco como un hombre. Un hombre con decisión, con carácter, con orgullo en la mirada. Pero en ese momento, no lo sabía. Solo vi a alguien que no parecía venir de donde yo venía.

Yo traía una historia trágica pegada a los talones.

Una separación de ocho años. El eco de un escándalo que no me dejaba dormir, funa tras funa, juicio tras juicio, un caos mediático que convirtió mi vida en carne de video.

Una caricatura digital de mí, una mujer defendiendo su nombre mientras lo pronunciaban con burla otros hombres.


Tú tampoco llegaste limpio, aunque nunca lo dijiste, se notaba en tus pausas, en tu forma de habitar el silencio.

No me corresponde contar tu pasado,

pero aprendí a respetarlo.

Porque ese pasado, aunque no lo nombre,

te hizo ser quien eres ahora.


Nos conocimos por una aplicación.

Yo no buscaba amor, buscaba algo que me sostuviera un rato, una voz, una presencia, compañía que no me hiciera sentir más sola de lo que ya me sentía. 


Después de ser dejadasin aire y sin ganas de empezar de nuevo, mi plan era sencillo:

terminar como una bandida. Ha ha ha ha… 


Lo sé, suena absurdo, pero que más da soy artista, y en mi defensa: la intensidad que llevo dentro no sabe fingir, soy ridícula porque siento demasiado, y sentir así, sin freno,

es una forma más de sobrevivir.


Justo ahí, en esa esquina de mi desorden emocional, te apareciste tú, sin promesas, sin  discursos, solo llegaste, y ya. 

Y eso, en mi caos… ya era milagro.


Lo vi y sentí algo, no sé cómo explicarlo, fue como ver un dulce perfecto, brillando detrás de una vitrina, uno de esos que no compras,

solo te detienes a mirar… porque sabes que no es para ti.


Estaba en Facebook Parejas.

Un mercado raro, como de feria emocional:

caras, frases, perfiles que buscan gustar.

Y ahí, entre tantos… apareció él.


Guapo, con esa belleza que parece mmm, como prestada, mamon, frío y un poco cínico, y por eso mismo tan deseable.


Sentí una electricidad absurda, no amor, claro que no, no todavía, ese momento exacto en que el cuerpo reconoce lo que el alma aún no ha entendido.

Ese pequeño temblor que te dice: “detente aquí.”


No lo pensé para mucho, un rato, una conversación bonita, un par de cumplidos para no sentirme tan sola.

¿Cómo alguien así querría estar conmigo?

Yo… una mujer desordenada por dentro,

recién abandonada, con ojeras nuevas y un corazón que ya no se creía nada.


Aceptaste mi match, qué emoción!, entonces, el tiempo empezó a pesar distinto.

Pasaron unos días.

Silencio….

Yo, esperaba que tú dieras el primer paso.

Pero no. Tú no escribías. A ti te escribían.

Así funcionaba tu mundo:

Había que formarse, así que lo hice.

Con algo de orgullo doblado. Te mandé un “hola”.Y pensé: ¿Qué puedo perder, si ya lo he perdido todo antes?


Me respondiste- 👋


¿Qué haces aquí si estás tan guapo? —te pregunté.

Puedo decir lo mismo de ti —me contesto. 


Pensaste que era fake, que no podía ser real, y lo entiendo, mi maquillaje, mi edición… todo estaba pensado para mostrar la mejor versión de mí, una que hacía mucho no veía, una que necesitaba volver a creer que existía.


No me comprendías aún, no sabías lo que había detrás de esa versión perfecta, pero yo, en mi caos, te vi como un sol, y deseé, desde el primer momento, que me quemaras.


Hablábamos sin pausa, sin medir el tiempo, como si el mundo entero se hubiera hecho a un lado para dejarnos existir a solas, tu eras lo primero que pensaba al despertar, y lo último que me acompañaba antes de dormir.


Las madrugadas eran largas y sin embargo, breves, audios, mensajes, como si nuestras almas hubieran sido viejas amigas que por fin se reencontraban, hermoso, libre, lleno de historias que no necesitaban ser contadas. Bastaba con mirarte empecé a idealizarte, como he idealizado antes tantas veces.


Esa es la parte que más amo: cuando nada es seguro, pero todo es posible.

La necesidad profunda de pensar que, quizás, esta vez el cuento sí iba a contarse hasta el final.


Me invitaste a salir.Y dije que si!!!!, no con la voz, con todo el cuerpo.

Con esa ilusión temblorosa que se parece al amor, pero aún no lo es.


Ese día pasaste por mí a la escuela.

Sí, ahora doy clases…

ha pasado tiempo desde la última vez que escribí aquí, soy adulta mis conejas, una señora con historia,una mujer que ya aprendió a no esperar nada… y aún así se puso nerviosa como si estuviera aún chamaca… 


En fin, Te vi, diablos, eras real.

No solo eras fotos, ni audios a las tres de la mañana.


Me subí a tu moto y te abracé, en ese segundo toqué tu abdomen y sentí el calor exacto que el cuerpo reconoce antes que la mente.

Estabas ahí, tibio, vivo, perfecto, mi corazón, que creí extraviado, se movió otra vez.


Fuimos a esa plaza, esa… la que me recordaba a él.

Qué mala suerte, ¿no?, entonces, como si lo supieras, me mostraste algo nuevo dentro de lo conocido.

La plaza que creí memorizada, de pronto fue otra desconocida, tu risa, tu conversación, me sacaron de mis propios recuerdos, y me llevaron a otro lugar, Uno donde no dolía.


Después fuimos a V Boutique, hotel que tú elegiste, sí… lo pensé: ¿Habrá traído a alguien más aquí?


Pero no importó, el lugar era perfecto, decoraciones sado, detalles art déco, una estética que no te pide permiso y te da la bienvenida a lo que estás a punto de hacer.


Ahí estabas tú, quitándote la ropa, sin nervios, sin prisa, Dios eras tan Perfecto.


Tomamos algo, nos metimos al jacuzzi, pusimos música y te encargaste de que esa primera cita fuera inolvidable, claro yo tenía que encargarme de la segunda, y lo siento, la segunda cita la gané porque esa fue la mejor. 


Renté un Airbnb. No cualquier lugar, uno 

precioso, cálido, íntimo, lleno de detalles que parecían decorados para nuestra segunda  aventura, una vista amplia, con la ciudad rendida a nuestros pies. Esa noche todo se sintió como una escena escrita para nosotros, aunque nadie más lo supiera.


Nos fuimos a tomar a caminar entre las luces suaves y las sombras dulces de la Zona Rosa.

Pasamos la madrugada riendo sin pausa, como si el tiempo no existiera y estuviéramos a salvo de todo lo que alguna vez nos rompió.


Y entonces ocurrió algo tan extraño, tan absurdo, que solo podía pasar en una noche perfecta: frente a la terraza del bar, 

una habitación se iluminó… y empezaron a salir hombres desnudos.


Uno. Dos. Cuatro. Veinte… 

Todos saliendo de una reunión claramente calurosa, sin pudor ni apuro. Nos miramos y estallamos en risa, este tipo de risa que solo te da el amor recién nacido y el alcohol bien elegido.


Nos quedamos ahí, riendo como niños, el morbo era suave, la complicidad, gigante, calculábamos el tamaño de sus paquetes encogidos por el frío, y cada comentario tuyo me hacía reír más, te juro que en ese momento te quise un poquito más.


Más tarde, con el hambre y la euforia mezcladas llegamos a los tacos.

Tú pediste tres.

Yo, sin pensarlo, dije:

—A mí ponme diez.


Te reíste como si me amaras ya.

¿Diez, Vale? No te los vas a acabar.

¡Diez tacos he dicho!.


Y el taquero, sin juzgarme, obedeció.

Me dio mis diez tacos, envueltos en aluminio. 


Spoiler:

No me comí ni uno.

La cerveza había llenado todo.

Pero esa bolsa con tacos intactos fue mi corona esa noche, mi señal de que estaba viva, feliz y cayendo por alguien sin miedo.


Esa madrugada no fue perfecta, fue la mejor, porque fue real, porque entre lo ridículo y lo sublime, yo te miraba y me empezaba a enamorar.


Llegamos al edificio, el elevador no servía.

Y así, con el cuerpo ya tibio de risa y cerveza,

subimos escalón por escalón, sosteniéndonos para no caer, para no soltarnos.


Cuando por fin llegamos, la habitación nos recibió como si supiera lo que íbamos a hacer.

Hermosa. Luminosa.


Nos reímos apenas cerramos la puerta.

Y sin decir mucho, nos dimos permiso.


Ahí, en ese cuarto de hotel grabamos una de las mejores escenas porno de mi vida.


Fue un acto de recuperación, de regreso a mí.

Me sentí hermosa, no linda, no “bien arreglada”, no “bien para mi edad”.

Hermosa.


Estaba perdida, borracha, pero lúcida en un lugar del alma que no suelo visitar, libre, como si me hubieran quitado todas las capas que usé para sobrevivir.


Disfrutaba mi cuerpo sin juicio, mis movimientos, mis gestos, mi voz, y lo más extraño… sentía que me pertenecía de nuevo, y tú estabas ahí, celebrándome.


Después dormimos juntos.

Y lo admito, te tomé fotos mientras dormías, un homenaje, una forma de atrapar esa perfección tranquila que tenías al dormir, y en medio de ese delirio dulce,

me atreví a preguntar:


—¿Qué somos?


No fue un reclamo.

Fue un susurro que se me escapó.


Y como escudo,

me apuré a decir:

—Tú puedes salir con quien quieras… yo también. 


El se molesto, pero poquito… 


Al día siguiente,

me excusé con una sonrisa:“Estaba borracha. No era en serio.”


Él se iba temprano a su escuela. Yo, a la casa de mis padres, ninguno lo decía en voz alta,

pero sabíamos que ese adiós matutino no era el final, solo una pausa.


Antes de irse, me puso el casco en las manos.

Llévatelo, dijo.

Así ya lo traes cuando nos veamos.


Y ahí estaba el mensaje.

Nos volveremos a ver, eso, para mí, ya era una promesa.


Le tomé una foto.

Claro que sí, una foto al casco, en el Uber,

como quien documenta un pequeño altar.

Una artista… Era una bandida emocionada.


Al llegar a casa, mis padres lo notaron enseguida.

El casco en mis manos,

ese brillo en mi cara, No tuve que explicar nada.


Vaya… estás saliendo con alguien, dijo mi padre.

Y luego, con su tono protector disfrazado de neutralidad:

No repitas patrones.


Mi madre fue más directa:

Es un niño.


Y sí.

Lo era.

Tenían razón.

Lo sabían.

Lo veía.

Mi alma, loca,

desordenada,

hambrienta de adrenalina.


No sabía qué estaba pasando con mi vida.

Todo se sentía en pausa, menos esto.

Él era mi escape.

Y de todos…

el más bello.


Hablé con mi madre.

Ya no como su hija.

Sino como otra mujer con cicatrices.


Mamá… no me voy a casar con él, le dije.

Solo déjame comérmelo.


No pasará nada más.

(Mentí.)


Porque uno nunca sabe qué ocurre después del primer beso, cuando el sabor no solo es dulce, sino también necesario.


Palabras… palabras…palabras… 

Lo dije todo, sin decir nada.


Cap: El viaje que dolió  


Le tengo pavor a las alturas.

No miedo, pavor real. De ese que te seca la boca y te humilla.


No me subo a muchas atracciones, ese día fuimos a sixflags y tú querías el Supermán.

Y yo, yo quería sorprenderte, que no me vieras como una señora dejada y temblorosa.

Así que me aguanté : “Son solo unos minutos”, me dije.

¿Qué tan difícil puede ser amar por un ratito el abismo?


En la cima del juego, cuando el mundo se volvió un punto borroso allá abajo,

sentí que se me salía el alma…

esa misma alma que alguna vez había querido guardarte.


Pero lo hice. Lo logré. Te conquisté, al menos por ese instante. Entre la noche, el frío y la palidez que vestía mi cara, bajé del carrito temblando y orgullosa.


Y entonces… el anuncio:

“Es la última vuelta. ¿Una más?”


No. No, no, no. Pensé, ya había dado todo, ya había vencido el dragón interno.

Giré la cabeza.

Y ahí estabas tú.

Mostrándome el asiento vacío que acababa de dejar, busqué desesperadamente a Rocko mi amigo para que se subiera pero él ya se sentía mál, mierda!. Esto va a ser más difícil de lo que creí.


Mis piernas se movieron solas, camine y me senté. Acepté mi destino. Tú eras adrenalina.

Y yo…yo me lancé otra vez.

No al juego. A ti y a estamparme con una de las relaciones más locas, dulces y felices de mi vida.



Después visité el departamento de mi hermoso amigo TomMe mostró su mundo:

cada rincón era un reflejo de él.

Cada planta, cada lámpara, cada taza…

todo tenía un lugar, un porqué. 


Y lo supe.

Tenía que hacer lo mismo.

Crear un espacio que se pareciera a mí.


Así que me mudé.

Con el corazón latiendo como tambor de guerra y la cabeza llena de dudas.

Rente un departamento.

Pequeño, imperfecto, pero mío.

Metí mis miedos en una caja, mis sueños en otra,

y las maletas que más importaban:

ellas.

Torta y Quesadilla.

Mis hijas. Mis perritas. Mis testigos. Mis cómplices.


Nos fuimos juntas.

Tres mujeres cansadas y valientes.

Y yo, con unas ganas feroces de comerme el mundo…

o al menos de lamerle las heridas a la vida y volver a empezar.



Entradas populares de este blog

Que pasó con la señora Tere?

Donde pensé que íbamos a sanar